miércoles, 1 de mayo de 2013

¿Cuál la cotidianidad del educador común y corriente en nuestro entorno y su efecto en la práctica de aula?

En vez de proseguir la línea de abordar la generalidad de lo que suele denominarse como calidad de la educación,  he pensado mejor acercarme a una variable poco frecuentada como lo es la cotidianidad del maestro común y corriente  y su impacto sobre su labor de aula, el evento de la clase. Y allende -en el ámbito de las instituciones educativas públicas-, mirar cuáles los límites que desde las instancias de dirección escolar se activan para potenciar fuerzas transformadoras o comodidad parasitaria.
Lo dicho por cuanto lo que se hace y deja de hacer en el día a día, es fuente reveladora que define el ser de las personas, en este caso, de cada educador en particular. La menor o mayor concurrencia de prácticas en ese discurrir cotidiano, podría  dar para caracterizar -términos menos, términos más-, la cotidianidad dominante de los educadores de una determinada institución o de un grupo de instituciones.

En la medida que el universo de prácticas y negaciones de éstas como cotidianidad tributen positivamente al saber y habilidades propias del acontecer áulico,  en esa misma medida, una a otra se refuerzan para bien del acto pedagógico. Pero en la medida en que sean extrañas a ésta y, precarias con respecto a la esencia misional del enseñar,  en esa proporción ellas afectan (negativamente) el qué y horizonte de la clase.

¿Cuáles práctica en tanto cotidianidad, podríamos alinear entre las que pauperizarían el evento de la clase en tanto acontecimiento complejo de saber ligado a habilidades de razonamiento y lenguaje no simplistas?  Sin lugar a dudas, entre muchas, las siguientes: 1. Oficios con los cuales el educador o educadora complementa sus ingresos mensuales: Comerciante, prestamista, dependiente de licorera o estanco, y similares. 2. Los oficios domésticos como ocupación diaria que sigue –emuladora-, a la de enseñar. Otra cosa es que de modo ocasional algo se haga en casa; hasta saludable resultaría sólo por ser diferente. 3. Los juegos de meza y azar, peor aun si lo motiva la adicción por la “apuesta” como medio para ganar dinero. 4. El simple hablar y hablar -oficiante del corrillo diario-,  acerca de la cotidianidad del barrio y del pueblo (¿!?).  5. Televidente compulsivo de la programación diaria de este medio. Entre otras. Incluso el sobre trabajo en el mismo oficio pedagógico, es alienante y afecta la calidad del mismo. 

¿Cuáles prácticas pudiéramos mencionar, que frecuentadas con fuerza de cotidianidad, revierten a favor de la labor pedagógica de enseñar, como oficio con pretensión de  educar a nuestros congéneres en los más selectos logros de la humanidad? Citemos algunas: 1. Viajar con el simple ánimo de  conocer y aprender de otras culturas. 2. Alternar la labor diaria de enseñar con proyectos personales de investigación sobre áreas del interés de la persona (…).  3. La lectura como hábito de todos los días, ligada no sólo a la especialidad del docente. 4. La práctica de la escritura, ya sobre lo que ocupa al docente, sobre su entorno; sobre lo que lee, etc. 5. Juegos de habilidad matemática y dinámicas re-creacionales. 6. Aficionado al buen cine, y a otras artes como la poesía, la literatura. Entre otras.

Pero, hay otro factor determinante para la suerte del oficio de enseñar: Que lo hagamos porque “nos toca”, porque “no hay de otra” o porque sea fuente de gozo, es decir, nos gusta desempeñar tan distinguida labor.

Si se confrontara la realidad cotidiana que acompaña la vida de los docentes, en una institución, un grupo de instituciones  (una vereda, un municipio, y por extensión un departamento o región y en todo el país), hay elementos no despreciables que permiten colegir que, en vastos espacios sociales de Colombia, pervive una cotidianidad del docentado que es atentatoria de una gestión áulica promisoria, potencialmente renovadora. Y es esta caracterización no homogénea, la dominante en nuestra formación social.

La gestión de los directivos, a la manera de gobierno -referente regulador del rumbo institucional-, y su dimensión si se quiere de “magistratura moral”, otorga facultades para establecer límites con base en las normas vigentes. Son precisamente esos límites administrados sabiamente por los directivos, especialmente por el líder natural de la respectiva institución, lo que permite  conducir ésta por una racionalidad sostenible y  de renovación pedagógica, que realice su misión formadora. Cuando este rol se empobrece o sacrifica, sea cual fuere la institución, esta se viene abajo, se relaja, extendiéndose la precariedad a la gestión de aula. Para desgracia de la juventud, la ciudadanía y la sociedad.



Ramiro del Cristo Medina Pérez



Santiago de Tolú,  abril 8 - 2013

*Este material fue leído el jueves 25 de abril del año en curso en un taller con los maestros de las sedes Luis Carlos Galán Y Manuel González H. de la Institución educativa Luis Patrón Rosano de Tolú, en el marco de las tareas y compromisos para cumplir con las metas institucionales que se han establecido.